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lunes, 15 de agosto de 2011

La alimentación en el Mar en los siglos del descubrimiento XV-XVIII


La alimentación en el Mar en los siglos del descubrimiento XV-XVIII
Las raciones del marinero: Los viajes y los descubrimientos que caracterizaron la revolución de las especias tuvieron éxito, no gracias a la alimentación de las tripulaciones y de los conquistadores que los realizaron, sino a pesar de ella. Durante toda esta época, el sentimiento general era de que un capitán sólo podía retener a sus fuerzas si las alimentaba y les daba de beber en forma continua, y por supuesto, lo que se les proporcionase tenía que ser lo mismo que hubiesen tomado en Europa. La verdad es que la alimentación de los tripulantes y de las guarniciones en aquellos climas calurosos, vista desde la perspectiva de nuestros días, era la menos adecuada que pudiera pensarse.
LA ALIMENTACIÓN EN EL MAR
Por ejemplo, todas las provisiones de carne estaban saladas, pues de otra forma no se hubiesen conservado bien en un clima cálido, y a menos de que se les diese un tratamiento especial para quitarles la sal antes de consumirlas, provocaban mucha sed. Sin embargo, ya en tiempos de Cromwell, se estipuló que los marineros de la armada británica tenían que recibir diariamente dos libras de carne de vacuno o de cerdo saladas, o en su lugar libra y media de pescado. La carne normalmente estaba en proceso de descomposición, si no es que estaba completamente podrida, y
aunque no lo estuviese, todas las vitaminas de la carne fresca se habían destruido debido al método de conservación.
Después de la carne, el componente principal de la ración era el pan, normalmente en forma de galletas de barco. Los «biscuits» (la palabra procede de bis cutre, términos franceses que significan «cocer dos veces») por regla general no se hacían a bordo, sino en el puerto, y en ocasiones estaban hechas desde hacía un año, o incluso más. Si las galletas procedían de la intendencia del gobierno, podía darse el caso de que estuviesen hechas hasta cincuenta años antes.
La preparación de las galletas de barco era un proceso sofisticado que exigía varias categorías de trabajadores especializados, que se conocían como quemadores, maestros, conductores, enrolladores y ayudantes.
Una vez medidas las cantidades justas de harina y agua, y echadas en la artesa, llegaba el conductor, que con sus fornidos brazos golpeaba, aporreaba, levantaba y volteaba la mezcla hasta que tomaba la consistencia de una masa... Luego venía el enrollador, que después de colocar la masa encima de una plataforma, se subía en uno de los extremos de un rodillo, llamado palo de corte. El enrollador, cabalgando sobre este rodillo, lo hacía saltar de una forma un poco ridícula, dándole a la masa un tratamiento que era una mezcla de golpearla y enrollaría. El sistema resultaba poco higiénico, pues en el proceso la masa se sobaba bastante.
A continuación, la masa aplastada, formando una capa delgada, se cortaba en lonchas con unos cuchillos enormes. Éstas, a su vez, se volvían a cortar en forma de pequeños cuadraditos, y cada cuadradito se trabajaba manualmente para darle la forma redonda de una galleta. Las galletas se marcaban, se punzaban, y se introducían con destreza en la boca del horno por medio de una pala que las iba distribuyendo por el interior de éste. La tarea de lanzar las galletas para que cayesen en el lugar preciso, se convirtió en una habilidad muy apreciada.
La galleta, una vez terminada, era dura como una piedra, y producía agujetas en las mandíbulas de cualquiera que no fuese un gorgojo galletero. Mientras permanecían en espera de ser empaquetadas, o cuando se abrían a bordo del barco, las atacaba normalmente una especie de mosca que ponía sus huevos en ellas, y con el paso del tiempo nacían las larvas. Los marineros veteranos solían golpear las galletas contra la mesa antes de comerlas, con la esperanza de que saliesen los gorgojos y se marchasen, pero éstos no siempre los complacían.
La ración de pan, en tiempos de Cromwell, era de una libra y media, además de un galón de harina. Con esta última, los marineros intentaban hacer su propio pan, siempre que el cocinero estuviese dispuesto. La harina, igual que las galletas, normalmente estaba también llena de insectos.
La bebida a bordo: Lo peor de la vida a bordo era la bebida. Cromwell había ordenado que sus marineros dispusiesen de un galón de cerveza por semana -un margen generoso, incluso aunque no hubiese ninguna otra bebida disponible a excepción del agua.
Tal y como se fabricaba en el siglo XVI, la cerveza no se podía conservar mucho tiempo en un barco'. Por lo tanto, Cromwell suprimió la ración de cerveza, y decidió que en su lugar los marineros tenían que beber ron. Afortunadamente, la Royal Navy disponía de grandes cantidades de ron desde que los ingleses conquistaron Jamaica en 1655.
Cuando se estaba en la mar, nadie bebía agua voluntariamente, pues se guardaba en barriles, e invariablemente se volvía verde y viscosa al cabo de pocos días. Los londinenses alardeaban, e hicieron creer a los capitanes de barco, que el agua del Támesis se conservaba mejor que cualquier otra, con lo que muchos barcos zarparon de Londres con sus barriles llenos de un liquido de alcantarilla. Gran parte de la vida de un capitán de barco se pasaba buscando puntos en tierra donde poder rellenar sus barriles de agua -una tarea larga y penosa, que fue la causante de no pocas hernias de los marineros. Cualquier lugar se hacía famoso entre los navegantes si en él se podían renovar las provisiones de agua, y en este sentido alcanzaron especial notoriedad la isla de Santa Elena y el Cabo de Buena Esperanza.
El hambre en el mar: La auténtica pesadilla de un viaje marítimo no era el tener que comer la espantosa comida de a bordo, sino la falta total de alimentos. Escuchemos en este sentido un relato de la época: el coronel Norwood, un caballero partidario del exiliado rey Carlos II, decidió marcharse de Inglaterra en compañía de dos amigos, el mayor Francis Morrison y el mayor Richard Fox, embarcándose el 23 de septiembre de 1649 con rumbo a Virginia. Zarparon a bordo «de un sólido barco, mal llamado el Mercader de Virginia, y que podía transportar trescientas toneladas».
A los veinte días de partir, «el barrilero empezó a quejarse de que nuestro barril de agua estaba casi vacío, indicándonos que en la bodega no quedaba suficiente para abastecer una familia tan grande (unas trescientas treinta personas) durante un mes».
Afortunadamente, la Fayal, una de las islas Azores, apareció en el horizonte, y allí se podrían renovar sus provisiones de agua. Sin embargo, «a la segunda noche de haber anclado en aquellos parajes, nuestros botes aparecieron destrozados por negligencia de los marineros, que habiendo gustado generosamente del vino, estaban borrachos perdidos, tirados a lo largo del barco y en un estado lamentable. Hacer la aguada era una cosa extremadamente aburrida», decía Norwood, «pero además se tardaba tanto por culpa de las disputas de borrachos entre nuestros hombres y los isleños, así que, tras unos días de estancia en la isla, nuestro capitán decidió zarpar, pues el barco se deterioraba cada vez más por culpa de los licores. Y si bien conseguimos una buena provisión de agua, su cantidad apenas justificaba el gasto de cerveza que se tuvo que hacer para conseguirla».
Después de embarcar «una partida de cerdos de capa negra, para poder tener carne fresca, e innumerables melocotones», estos últimos para el consumo personal de Norwood, el Virginia Merchant se hizo de nuevo a la mar. Al cabo de poco tiempo llegó a las Bermudas, pero al cambiar de rumbo hacia el norte, se vio metido en medio de un temporal que le arrastró hasta las playas de Hatteras. La galerna desmanteló el barco, llevándose también el castillo de proa (con uno de los cocineros dentro).
Tanto los pasajeros como los tripulantes quedamos en un estado lamentable, así como los alimentos que pudieron rescatarse. Parecía que íbamos a tener que soportar unas penalidades extremas, dado que la tormenta, al llevarse el castillo de proa, y al haber inundado la bodega, nos dejó el pan (la base de nuestra alimentación) tremendamente estropeado, y ya no había forma de guisar la carne, pues nos habíamos quedado sin cocina. El continuo y violento movimiento del barco hizo que no se pudiera guisar. La única manera de hacer fuego en cubierta consistía en serrar un barril por la mitad, lastrarlo, y convertirlo en una hoguera sobre la que se pudiesen hervir unos guisantes con carne salada. Pero tampoco esto resultaba fácil, y muchas veces nuestros esfuerzos se veían frustrados, y la caldera se volcaba para desesperación de nuestros estómagos vacíos.
La tormenta seguía, y a pesar de los meritorios esfuerzos realizados para reparar el barco, seguían sin avisar ninguna costa americana; «nuestras provisiones de agua habían desaparecido, y la carne no estaba en condiciones de ser comida. Las vituallas que nos quedaban sólo nos permitían distribuir una galleta por persona y día, y aun con este racionamiento no teníamos para mucho tiempo».
La galerna continuó:
Empezamos a sentir un hambre acuciante. Las mujeres y los niños lloraban desconsoladamente. El infinito número de ratas que habían constituido nuestra pesadilla durante el viaje, se convirtieron en presas deseadas y perseguidas, vendiéndose incluso algunas de ellas. Concretamente, una rata bastante gorda llegó a alcanzar un precio de diecisiete chelines en nuestro mercado particular. Es más, antes de que acabase el viaje (y esta información no la comprobé directamente, aunque la fuente me merece confianza), una mujer embarazada ofreció veinte chelines por una rata, pero su propietario se negó a vendérsela, y la mujer falleció.
Aunque los pasajeros y la tripulación del Virginia Merchant, empezaban a perder la batalla contra el hambre, no decidieron poner todas las provisiones en común, como les recomendaba Norwood.
Así se sucedieron tristemente muchos días y muchas noches, hasta que llegó la sagrada fiesta de la Navidad, que nos aprestamos a celebrar de forma muy melancólica. Sin embargo, para resaltar la fecha, decidimos agrupar todos los restos de comida que nos quedaban y hacernos un pudín mezclando frutas, especias y agua de mar, y friendo la pasta resultante. Nuestra acción despertó la envidia de los demás pasajeros, que no obstante no se entrometieron en nuestra tarea, y salvo algún regalo que enviamos a la mesa del capitán, pudimos disfrutar de nuestro pudín de Navidad sin tener que soportar ningún incidente.
Mi mayor angustia era la sed. Soñaba con bodegas y grifos que me echaban agua por la garganta, y estos sueños hacían que el despertar fuese peor todavía. Encontré una ayuda muy especial al disfrutar de la amistad del capitán, que me permitió compartir algunos tragos de un clarete que tenía escondido en su bodega particular.
El escorbuto: Muchos pasajeros y miembros de la tripulación, además de sufrir un hambre horrible, tenían que padecer las consecuencias de la llamada enfermedad del marinero, es decir, del escorbuto. Cuando finalmente el Virginia Merchant consiguió echar el ancla junto a las costas americanas, lo primero que hubo que hacer fue trasladar los enfermos a tierra para que comiesen alimentos frescos y pudiesen recuperarse.
El escorbuto es una avitaminosis producida por el déficit de vitamina C. Era corriente en los marinos que subsistían con dietas en las que no figuraban fruta fresca ni hortalizas, fue reconocida hace más de dos siglos por los médicos navales británicos, que la prevenían o curaban añadiendo jugo de lima a la dieta.
El escorbuto es una enfermedad producida por la falta de vitamina C, la vitamina que contienen las frutas, las verduras, y la carne fresca. Casi todos los animales, excepto el hombre, son capaces de sintetizar la vitamina C, por lo que no tienen necesidad de una dieta a base de frutas y verduras que la contenga, ya que tienen en su sangre suficiente ácido ascórbico, que es otra manera de llamar a la vitamina C. Debido a este fenómeno, una de las formas de proporcionarse la vitamina C es comerse un animal recién sacrificado, como las ratas que el coronel Norwood y sus compañeros tuvieron que tomar a bordo del Virginia Merchant. Sin embargo, como hemos visto, nunca había suficientes ratas para todo el mundo. Para combatir el escorbuto, los marineros solían tomar cítricos, que tienen un alto contenido de esta vitamina. Por supuesto, aquellos marineros no lo sabían, ni sabían siquiera lo que era una vitamina, pero comprobaron por experiencia que este cambio de dieta les curaba de la «enfermedad del marinero».
Jacques Cartier, cuando se vio atrapado en el invierno de 1535-36 entre los hielos de lo que hoy se llama Quebec, vio cómo el noventa por ciento de sus hombres enfermaba de escorbuto, y cómo se recuperaron a la semana de beber una infusión de cortezas del árbol de la vida. Ya en 1601, los marineros de la Compañía Inglesa de las Indias Orientales, tenían conciencia de la relación que existía entre comer naranjas y limones, y la curación del escorbuto. Así, anclaban en el extremo sur de Madagascar, compraban grandes cantidades de cítricos, y después de exprimirlos, echaban su zumo en los barriles como remedio «antiescorbútico».
También otros marineros, especialmente los mediterráneos, tomaban zumos de limón directamente como preventivo de la enfermedad, pero tuvo que pasar mucho tiempo antes de que esa costumbre fuese generalmente adoptada. Una de las razones que propiciaron este retraso era que muchas personas, y más particularmente los médicos, atacaban enérgicamente la idea de que fuese sano el comer fruta o el beber su zumo, y que desde luego con ello no se curaba nada. Es más, algunas personas llegaban a atribuir la gran mortandad que se producía en los viajes marítimos, a que los marineros tomaban demasiadas frutas tropicales cuando llegaban a su destino.
Así pues, el escorbuto siguió haciendo estragos entre las tripulaciones de los barcos que realizaban largas travesías. En 1619, por ejemplo, Jens Munk, un almirante danés, condujo una expedición de dos barcos y sesenta y cuatro hombres a la desembocadura del río Churchill, en la bahía de Hudson. Los daneses pasaron ahí el verano, y permanecieron en bastante buen estado de salud durante los primeros meses del invierno, pero a partir de ahí, empezaron uno tras otro a coger el escorbuto, y en el mes de junio sólo sobrevivían cuatro; Munk entre ellos.
Al final de la primavera ártica empezaron a retoñar unos cuantos brotes verdes, y Munk y sus compañeros los chuparon desesperadamente. No podían masticar, pues el escorbuto les había dejado sin dientes y con las encías muy hinchadas. Con un esfuerzo sobrehumano, los supervivientes, ahora reducidos a tres, consiguieron fletar el más pequeño de los navíos y ponerlo rumbo a Dinamarca. El escorbuto había acabado con los sesenta y un exploradores.
Una de las características más lamentables de esta enfermedad era que marcaba la diferencia entre el tener» y el «no tener». Aquellos que «no tenían» probablemente se morirían de escorbuto, mientras contemplaban cómo se mantenían relativamente sanos los que «tenían» sus propias provisiones guardadas en su camarote. Louis Antoine, conde Bougainville (1729-1811) partió en un viaje alrededor del mundo en 1767. 'ha a ser un viaje que habría de tener todo tipo de repercusiones importantes, y no sólo, por supuesto, por el descubrimiento de la buganvilla, una de las flores tropicales más bellas que se conocen. Uno de los oficiales que acompañaba a Bougainville escribió un diario durante el viaje, y los siguientes extractos dan fe de las extremas diferencias que existían a bordo, entre los que, como Bougainville, poseían provisiones especiales, y aquellos que tenían que depender de la comida general del barco.
Puesto que si escribo este diario es para que pueda servirle de provecho a mi hijo, voy a intentar no omitir ninguna apreciación que pudiera serle útil. Por lo tanto me veo en la obligación de advertirle que nunca se embarque en expediciones de este tipo (aunque piense comer en la mesa del capitán), sin llevar consigo considerables provisiones de cacao, café, y tortas para hacer caldo. Los pollos no aguantaron demasiado bien, pues se negaron a comer nuestro grano, al que no estaban acostumbrados, y murieron bastantes.
Al final, varios miembros de la expedición han contraído el escorbuto, y por desgracia me encuentro entre ellos. Tengo la boca completamente estropeada, y no podemos mejorarnos comiendo carne fresca porque no tenemos dientes con qué masticarla. Ayer, con gran esfuerzo, me comí una rata a medias con el Príncipe de Nassau. Confesamos que estaba muy rica, y que nos podríamos dar por satisfechos si pudiésemos comer rata con frecuencia, y silos demás decidiesen que este tipo de carne les daba asco...
A la hora de cenar se sirvió un nuevo guiso. Estaba hecho cociendo el cuero de las bolsas que habían contenido la harina. Dejándolo en agua, se puede conseguir ablandar un poco este cuero, luego se le arrancan los pelos, pero a pesar de ello, no es ni la mitad de bueno que las ratas. Hoy también sacaron a la mesa tres ratas, que fueron auténticamente devoradas...
Monsieur de Bougainville tiene para su servicio exclusivo dos cocineros, un mayordomo, dos camareros y tres negros. No puedo dejar de señalar que si ya es difícil para los oficiales el verse obligados a comer la ración normal de la tripulación, es más duro el no ver nunca al jefe de la expedición sentarse a comer con ellos, aunque en principio no tendría que haber ninguna otra mesa. El está acostumbrado a tomar chocolate, preparado con pasta de almendras, azúcar y agua. Este es el único extra que añade a su dieta sobre nuestras provisiones. Podría añadir que disfruta también de la leche que le proporciona una cabra que embarcó en Montevideo (hoy la van a sacrificar). Sin embargo, estas pequeñas diferencias, unidas a otras provisiones que sin duda existirán, aunque las desconocemos, son las que marcan la gran diferencia entre su estado y el nuestro. Él parece saludable, lozano, y su cara presenta una maravillosa redondez, que nos hace avergonzarnos de nuestro aspecto famélico y hambriento.
Bebidas antiescorbúticas: El chocolate no servía para combatir el escorbuto, pero al menos permitía que el agua fétida no resultase tan repugnante. El escorbuto iba a seguir siendo el gran azote de los navegantes de altura hasta el siglo XVIII, cuando en 1753, un cirujano naval escocés llamado James Lind, después de cuidadosos experimentos, publicó su Tratado sobre el escorbuto. Este estudio demostraba que la enfermedad se producía por una deficiencia, que se podía curar comiendo naranjas o limones, o bebiendo sus zumos.
Sin embargo, a Lind se le prestó poca atención hasta que el capitán James Cook (1728-79) se interesó por sus trabajos. Cook había llegado a ser capitán partiendo de los puestos subalternos más bajos -algo que hubiera sido imposible en la armada francesa- y por lo tanto podía hablar con los marineros en su propio lenguaje. En sus viajes exploratorios llevó consigo algunos barriles de zumo de limón y de repollo fermentado, convenciendo a sus hombres para que lo probasen. El resultado fue que ni uno solo de los miembros de su tripulación murió de escorbuto, en ninguna de las tres grandes travesías que realizó.
A pesar de ello, la Royal Navy no incluyó raciones antiescorbúticas de forma oficial en su flota hasta 1795, dieciséis años después de la muerte de Cook, y fue el zumo de lima, en lugar del de limón, el escogido, a pesar de que éste era menos efectivo que el de otros cítricos. Esta preferencia por el zumo de lima, fue por lo que los marinos americanos dieron a los ingleses el apodo de «Limeys».

sábado, 13 de agosto de 2011

Que razas africanas traen a la isla?


En efecto, la población negra y mulata existente en Santo Domingo, es el resultado de diversas migraciones:

1) las procedentes directamente de África, ocurridas en la época de la colonia. Estas migraciones comienzan en los años iniciales del siglo XVI y se continúan prácticamente hasta el siglo XVIII.

El mito de la escasez de mano de obra negra, sustentado calurosamente por los hispanistas a ultranza, no resiste el más somero análisis de las fuentes históricas. A partir de la primera mitad del siglo XVI la población de color era tan numerosa y los cimarrones pululaban por todos los puntos de la isla con tan desparpajo que la Corona española se vio obligada a dar instrucciones a las autoridades de la colonia con el fin de doblegar a los rebeldes. La abundancia de esclavos africanos mereció que Fernández de Oviedo (1959) dijera que La Española era una copia fiel de África.

2) las migraciones de esclavos fugitivos desde la colonia francesa de la parte occidental de la isla, compuesta generalmente de negros fugitivos, huidos de los rigores de sus amos, y que nutrieron la colonia española desde la época inicial del establecimiento de los franceses en la isla.

Estos esclavos provenían directamente de África, y en ciertos casos llegaron incluso a formar comunidades como la de San Lorenzo de los Mina, que es hoy barrio o sector de la ciudad de Santo Domingo.

3) los llegados de otros puntos de las Antillas, sobre todo de las Menores, ya dominadas por franceses, ingleses, holandeses, etc.

Más modernamente, ya en el período republicano, la afluencia de negros a Santo Domingo continuó en gran número. Cabe citar:

4) el tráfico de trabajadores negros desde las Antillas inglesas en el primer tercio de este siglo para laborar en los ingenios azucareros del este de la isla, y cuyos descendientes se conocen hoy entre nosotros con el nombre de cocolos (Ver al respecto: Bryan, 1973; Mota Acosta, 1977).

5) la inmigración de ex esclavos norteamericanos, propiciada por el presidente haitiano Boyer a partir de 1822, cuando logra el control de toda la isla. Estos inmigrantes se avecindaron en Puerto Plata y la península de Samaná. Si bien la inmigración concluyó pronto, los descendientes de esos ex esclavos constituyen en la actualidad un grupo étnico y cultural bien definido y son objeto de interés por parte de varios antropólogos norteamericanos.

6) la numerosa mano de obra importada desde Haití, y cuyo flujo prosigue hoy, la cual se ha incorporado en gran parte a la población dominicana, ya legal o ilegalmente.

Todas esas migraciones han contribuido grandemente a aumentar los distintos procesos de transculturación operados en Santo Domingo desde los primeros días de la esclavitud.


La cocina dominicana contiene productos y platos de procedencia africana. Entre los primeros figuran el guandul , el ñame  y el funde . Platos típicamente africanos parecen ser el mofongo, preparado a base de plátanos verdes y, derivados de la cocina cocola, el fungí y el calalú. Una bebida común entre los esclavos negros era el guarapo, que se saca del jugo de caña de azúcar.


viernes, 12 de agosto de 2011

Como llegan los Espanoles al Caribe y que paso despues.


Cristóbal Colón llegó a la isla durante su primer viaje a América en 1492. Durante su llegada, fundó el fuerte La Navidad en la costa norte de la actual Haití. A su regreso, al año siguiente, tras la destrucción del Fuerte, Colón rápidamente fundó un segundo asentamiento más al este, en la actual República Dominicana, La Isabela, que fue el primer asentamiento europeo permanente en América.


A la llegada de los colonizadores, la isla estaba dividida en 5 cacicazgos.
La isla estaba habitada por los Taínos, uno de los pueblos indígenas Arahuacos. Los Taínos fueron los primeros que toleraron a Colón y su tripulación, y lo ayudaron a construir el Fuerte de la Navidad en lo que ahora es Môle Saint-Nicolas, Haití, en diciembre de 1492. La colonización europea de la isla comenzó seriamente el año siguiente, cuando 1.300 hombres llegaron desde España bajo el mando de Bartolomé Colón. En 1496 se fundó la ciudad Nueva Isabela. Después de ser destruida por un huracán, fue reconstruida al otro lado del río Ozama y la llamaron Santo Domingo. Es el más antiguo asentamiento europeo permanente en América. La población taína de la isla fue diezmada rápidamente, debido a una combinación de enfermedades y malos tratos por los españoles. En 1501, la colonia española empezó a importar esclavos africanos, creyendo que eran más capaces de realizar trabajo físico. Los indígenas carecían de inmunidad a la viruela y tribus enteras se extinguieron.5 De una población inicial estimada de 250.000 en 1492, los arahuacos se había reducido a 14.000 el año 1517.6
En 1574, un censo de las Antillas Mayores, reportó 1.000 españoles y 12.000 esclavos africanos en La Española.7 La primera etapa colonial estuvo centrada en la explotación de los yacimientos de oro, y luego en la producción azucarera, la cual cayó en el siglo XVII. Así, los colonos comenzaron la producción de tabaco, jengibre, café y ganado.
A medida que España conquistaba nuevas regiones en el continente Americano, su interés en La Española disminuía, y la población de la colonia crecía lentamente. A principios del siglo XVII, la isla y sus vecinos más pequeños (en particular la Isla de la Tortuga) se convirtieron en un bastión para los piratas que surcaban el mar Caribe. Las devastaciones de Osorio produjeron una parálisis económica tal, debido al abandono de la agricultura y ganadería, que a partir de 1604 fue necesario el Situado, dinero que la Corona Española otorgó a partir del Tesoro de la Nueva España, y que era destinado a pagar los sueldos de los colonizadores en La Española y en Puerto Rico.
En 1606, el rey de España ordenó que todos los habitantes de La Española se trasladaran a Santo Domingo, para evitar la interacción con los piratas. Sin embargo, esto contribuyó a que los piratas franceses, ingleses y neerlandeses sentaran bases en el norte y oeste de la isla abandonada.
En 1665, la colonización francesa de la isla fue reconocida oficialmente por el rey Luis XIV. La colonia francesa le dio el nombre de Saint-Domingue, la cual se convirtió en la actual Haití. En el Tratado de Rijswijk de 1697, España cedió formalmente el tercio occidental de la isla a Francia. Saint-Domingue (oeste de la isla) rápidamente eclipsó al este, tanto en riqueza, como en población. Apodada la "Perla de las Antillas," se hizo la colonia más rica y próspera de las Indias Occidentales y una de las más ricas en el mundo, consolidando su estatus como el puerto más importante de América para los bienes y productos que entraban y salían desde y hacia Europa. Después de la independencia de Haití, todo se revirtió, y Haití se convirtió en uno de los países más pobres de América y la República Dominicana se convirtió en la mayor economía de América Central y el Caribe.


Como arte que es, la Gastronomía tiene su historia escrita. Entre las referencias más antiguas destacan por su importancia dos obras fundamentales:
        “Arte cisoria”, publicada en 1423 y cuyo autor es Enrique de Villena. Trata del arte de cortar la carne y de todos los ritos y ceremonias que acompañaban a los banquetes de la época.
        “Llibre del coch”, escrito por Ruperto de Nola (Mestre Robert en zonas de influencia catalana) en 1490. Esta obra tuvo amplia difusión. Se hicieron cinco ediciones en catalán y diez en castellano. La primera edición castellana data de 1525 y se hizo en Toledo por influencia directa del emperador Carlos V. El libro consta de 236 recetas y diversas formas de cortar la carne.
        Cien años más tarde ,1599, Diego Granado Maldonado publica su “Libro de Arte de Cocina”, que es una recopilación de las dos obras anteriores, sin apenas aportación propia.
        En 1611, Francisco Martinez Montiño escribe  “Arte de cocina , pastelería , vizcochería y conservería” . Es una crítica de la obra de Granado Madonado, al que desprecia y ridiculiza. La obra de Martinez  Montiño  fue conocidísima en los reinados de Felipe III y Felipe IV. Tuvo ventiseis ediciones hasta finales del XVIII. El autor se formó como cocinero en la corte de Portugal, pues acompañó a la infanta Juana, hermana de Felipe II, cuando se casó con el heredero del trono portugués. De ahí las influencias de la cocina portuguesa que tienen muchas de sus recetas. (Fig. 1 y 2)

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Figura 1. Página del libro de Francisco Martínez Montiño
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Figura 2. Página del libro de Francisco Martínez Montiño.
 
        Las obras hasta aquí descritas  se refieren a cocinas y cocineros de la corte y clases privilegiadas. Pero hay otras que nos muestran como eran las comidas del pueblo llano, de los estudiantes, de los menos pudientes,
        El libro de Domingo Hernández Maceras, “Libro del Arte de Cocina” (1607) es un fiel exponente de lo anterior, pues trabajó la mayor parte de su vida  en diversos Colegios Mayores de la Universidad de Salamanca, alguno como el de San Bartolomé acogía a estudiantes de familias ricas, pero otros eran Fundaciones de la propia Universidad y, por tanto, sus colegiales eran de menos posibilidades.
        Además de los libros impresos, existían otros  que eran manuscritos, como los Recetarios de confiteros y los Recetarios religiosos.
        Entre los confiteros destaca, por la gran repercusión que tuvo en la época, “Los cuatro libros del arte de confitar”, de 1592, y cuyo autor es Miguel de Baeza. Se le considera el primer libro escrito en castellano referente a la  confitería. Era de aprendizaje y uso para los miembros del gremio.  En este libro se hace una extensa alabanza de azúcar, de uso cada vez más generalizado: “... de mucho provecho para muchas cosas porque de ello se hacen muchas conservas  y medicinas y jarabes para sanos y enfermos”.
        Los Recetarios religiosos eran, en contraposición con los anteriores, de platos austeros y pobre cocina. Eran también libros de costumbres. En ellos se describen la vida y los quehaceres de los conventos. De entre todos ellos sobresale el “Nuevo Arte de Cocina” de Juan de Altamira.(Fig 3).

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Figura 3. San Hugo en el refectorio. Zurbarán.

        A principios del siglo XVI aparecieron obras que ya mostraban una cierta preocupación por la salud. El concepto de Sanidad al que hacían referencia, comprendía no solo lo que entendemos hoy como tal, sino además todo lo que se debía hacer y manera de actuar desde que se levantaban hasta que se acostaban.
        Una obra fundamental es el “Vanquete de nobles caballeros”, escrito por Luis Lobera de Avila en 1530, que también es autor  de  “Regimiento de la salud y enfermedades de los niños”(1551). (Fig 4).
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Figura 4. Portada del Vanquete de Nobles Caballeros de Luis Lobera de Ávila.
 
        Otro título importante es el “Regimiento de Sanidad para todos los géneros de alimentos” (1586), cuyo autor es Francisco Núñez de Coria. Al final de la obra concluye que  “para conseguir una buena salud son precisos bebida, comida, ejercicio, baño, sueño y uso venéreo”.
 

LO QUE COMIAN

        La alimentación de la época  se basaba en el triángulo pan- carne – vino. El pan y el vino eran alimentos generales. La carne no estaba al alcance de todos. Solo la de baja calidad llegaba a las clases menos favorecidas.

PAN

        Los cereales, y sobre todo el trigo, tenían un papel fundamental. Eran la base de la alimentación de todas las clases sociales y entre los pobres era el producto dominante.
        La forma  preferida del consumo de cereales era el pan. Los acomodados consumían pan blanco, de trigo. Las clases bajas comían más pan, aunque de peor calidad y la cantidad suplía otras carencias.
 CARNE
        La carne era el alimento más apreciado. Su consumo representaba una barrera social y estaba estrictamente jerarquizado. La cúspide era la volatería, se la consideraba como la mejor carne y la más saludable. Era también la más cara y se limitaba a ricos y enfermos. El pavo procedente de América también tenía un lugar destacado. ( Fig 5).
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Figura 5. Vendedora de Aves. A de Loarte (1626)

        En cualquier caso, la carne más habitual era la de carnero. El cabrito era más selectivo y la vaca y el buey eran menos frecuentes. La ternera era muy exclusiva y su consumo dependía mucho de la localización geográfica.
        Hay que señalar que no era usual sacrificar animales jóvenes , por lo que el consumo de carne de animal adulto era importante.
CERDO
        Era de un elevado consumo entre las clases populares. De él se obtenían manteca y tocino, empleados como grasas. Y al igual que hoy, el jamón era lo más valorado.
        Tenía cédula de cristiano viejo. A todo aquel que no lo consumiera se le tenía por sospechoso de judaizante o morisco. No olvidemos que estamos en pleno auge de la Inquisición y que las normas, tanto de conducta como de alimentación, que dictaba la Iglesia, se procuraban seguir con notable obediencia.
        En la segunda parte del Quijote y en el capítulo 54 se describe lo que le aconteció a Sancho cuando se encontró con dos alemanes y un morisco que se llamaba Ricote y el banquete que se dieron , con hueso de jamón incluido. ( Fig. 6)

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Figura 6. Portada del Quijote.
        Góngora no se libró de las acusaciones de judaizante y Quevedo le dedicó estos satíricos versos:
                              Yo te untaré mis obras con tocino
                               Porque no me las muerdas
                               Perro de los ingenios de Castilla
                               Docto en pullas, cual mozo de camino.

 PESCADO
        Tenía una consecuente alternancia con la carne, pues ésta no podía ser de consumo diario. Marcaba un ritmo semanal y anual. En los días de abstinencia se consumía pescado, fresco o en conserva. El fresco podía ser de mar o de río y su disposición dependía de los lugares, puesto que su conservación y traslado eran difíciles. Sólo la Casa Real y  las clases privilegiadas podían tomar pescado venido de lejos y mantenido en agua salada , nieve o hielo en unas construcciones especiales, los famosos neveros, de los que aun quedan algunos en nuestra región.
        El pescado salado (sardina, arenque, bacalao) era el recurso de las clases populares.(Fig.7).

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Figura 7. La cocina popular o Cristo con Marta y María. Velázquez.

HUEVOS
        Eran muy consumidos y se consideraban muy apropiados para niños y enfermos.
        Hernández Maceras cita diversas formas: dulces , de coronilla, esponjados, atabalados, fritos, cocidos, rellenos, dorados, mecidos,... hasta  ochenta y una recetas. (Fig. 8).

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Figura 8. Vieja friendo huevos. Velázquez.

QUESO
        De muy extendido uso, tanto entre privilegiados como entre gente sencilla. Era un alimento muy socorrido y son frecuentes las alusiones al pan  y al queso que hace Sancho como su casi exclusiva comida.
        Era también plato de refinada cocina.
        En zonas de montaña predominaba el de oveja y vaca y tenían reconocido prestigio los de Aragón y Mallorca.
 VERDURAS
        Complemento obligado de la dieta diaria e ingrediente básico de la tradicional olla. Se consumían  según las regiones y estaciones del año. Las más comunes eran las coles, pero había gran variedad de ellas: escarolas, lechugas, calabazas, nabos, berzas, repollos, alcaparras,...
        El tomate tiene su pequeña historia. Fue traído de América y cultivado por primera vez en España por Nicolás de Monardes , médico sevillano, autor en 1574 de una “Historia medicinal de las cosas que se traen  de nuestras Indias Occidentales” imprescindible para conocer las plantas medicinales de la época y sus aplicaciones.
LEGUMBRES
        De muy extendido consumo entre las clases populares, porque eran abundantes, baratas y, sobre todo, cumplían a la perfección con la misión de saciar.
        Las judías que conocieron los romanos (faseolus) eran una de las ciento cincuenta  que entonces existían, según Plinio. En las Geórgicas, Virgilio las describe como alimento de gente vulgar. Las conocidas  hasta el siglo XVI desaparecieron por ser poco rentables y se empezaron a consumir las traídas de América.
        Parece que el nombre de judías se les atribuyó porque, al igual que los judíos condenados a la hoguera, eran de difícil cocción. Hasta ese punto llegaba  el ensañamiento con los hebreos.
LA OLLA
        Era el plato fundamental. Tenía como ingredientes básicos verduras y legumbres. La carne ponía el punto de distinción: olla con carne el los fogones pudientes y olla sin acompañamiento en los demás.
        Es clásica la descripción que hace Quevedo de la esperpéntica olla del Dómine Cabra en la Vida del Buscón (libro I  , capítulo IV):
  “Sentóse el licenciado Cabra y echó la bendición. Comieron una comida eterna, sin principio ni fin. Trajeron caldo en una escudillas de madera, tan claro, que en comer una dellas peligrara Narciso más que en la fuente. Los macilentos dedos se echaban a nado tras un garbanzo huérfano y solo que estaba en el suelo. Decía Cabra a cada sorbo: Cierto que no hay tal cosa como la olla, digan lo que dijeren, todo lo demás es vicio y gula.”
FRUTA
        La fruta fresca era normalmente desaconsejada y no valorada dietéticamente. Si se disponía de ella, se consumía. Se presentaba como entrante en las comidas y las más frecuentes eran la uva y el melón. También se empleaba  como postre, en competencia con los dulces, y en menor medida, en preparación de salsas y mermeladas.
        La fruta seca (nueces, pasas, orejones, higos, dátiles) era muy apreciada y de consumo frecuente en invierno, época en la que no se disponía de fruta fresca.
DULCES
        Había pasión por lo dulce. Su consumo y regalo gozaban de cierto prestigio social. La confitura siempre estaba presente en celebraciones y las comidas, siempre que se podía, terminaban con postres dulces.
        Los endulzantes más habituales eran la miel y, cada vez más, el azúcar, sobre todo a partir del aumento de la producción y descenso del precio por la extensión de su cultivo en América.
        Se alternaban  platos dulces y salados y se llegaban a mezclar sabores.
        Las clases altas  los consumían en exceso y ya entonces  los conventos de monjas  tenían  merecida fama por su repostería.
        Algunos reyes (Felipe III, Carlos II) llegaron a elaborar  sus propios dulces.
 CONDIMENTOS
        Eran fundamentales para potenciar sabor, olor y color y ,en algunos casos, incluso, para cambiarlos o enmascararlos.
        El condimento más importante era la sal. España producía gran cantidad de sal en las numerosas salinas que existían. En algunos lugares y en determinadas épocas  su importancia económica llegó a ser  tal que se empleó como elemento de trueque.
        Las especias (pimienta, azafrán, canela, clavo, jengibre) se traían del Lejano Oriente. Con el tiempo las más utilizadas fueron la canela y el azafrán.
        De las ciento ochenta recetas del ya citado libro de Hernández Maceras, ciento tres llevan especias. En la misma obra se encuentran también platos aderezados con hierbas aromáticas, como el carnero verde, que se acompañaba de hierbabuena y perejil.
        Las clases populares, sobre todo, eran partidarias de sabores picantes y fuertes, acaso para variar su pobre dieta. Utilizaban con harta frecuencia ajo y cebolla. Son numerosas las páginas del Quijote en las que se hace alusión a olor a ojo y cebolla de Sancho. Esos olores tan fuertes se consideraban rústicos y vulgares y así lo hicieron notar los viajeros extranjeros de la época.
ACEITE
        La principal y casi única grasa vegetal era el aceite de oliva y no gozaba de mucho aprecio.
        La grasa más utilizada era la de cerdo (tocino fresco, salado y manteca).
        El aceite de oliva, por razones culturales y religiosas, se asociaba al pescado. Su empleo fuera de épocas de penitencia, era escaso.
        También es cierto que la calidad y el refino dejaban que desear.
        Los extranjeros no estaban acostumbrados a su sabor y lo rechazaban.

LO QUE BEBIAN
AGUA
        El agua era la bebida más común. Los médicos de la época alababan el consumo de aguas puras y frescas y advertían del peligro de las contaminadas.
        El suministro a las ciudades era muy deficiente y , en consecuencia, asegurar su calidad tenía serios problemas.
VINO
        Con mucho, fue la bebida más apreciada  y la más ordinaria.. Todo el mundo la consumía. Generalmente eran vinos tintos y jóvenes, de baja calidad. El vino blanco era menos conocido y su consumo era más  apreciado.
        Se le consideraba no solo como bebida sino también como alimento y reconstituyente y se estimulaba su consumo siempre que fuese moderado. Así se refleja en las páginas dedicadas al vino  en la obra de Juan de Sorapan “Medicina Española en proverbios” (1616) ( Fig.9).
        Existían vinos aromatizados (hipocrás) de frecuente empleo entre las mujeres .
        También se utilizaba el vino para preparar salsas y cocer pescados y carnes.
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Figura 9. Medicina Española en Proverbios. Juan de Sorapán.
 

BEBIDAS FRIAS
        Se pusieron de moda en la época. Eran frecuentes la leche de almendras, la horchata, la leche de cebada y la limonada.
        La cerveza tenía escaso éxito. Carlos V trajo, en 1537, cerveceros alemanes que mejoraron la calidad e impulsaron su consumo.
        Para la conservación del frío la nieve se empleaba en cantidades importante. Ya se ha hecho mención de los neveros, construcciones dedicadas a conservar frescos carnes, pescados y bebidas.
        Hubo curiosos debates médicos sobre las ventajas  e inconvenientes del consumo de bebidas y alimentos fríos. Partidario de comer frío era Nicolás de Monardes : “... porque lo caliente enflaquece y debilita el estómago, hace nadar el manjar, engendra ventosidades y causa pena y tristeza “.
LECHE
        Bebida poco común. Se contaminaba con facilidad y se sabía que podía transmitir enfermedades.    Tenía un mayor consumo en el medio rural. En las ciudades solo las clases privilegiadas, que disponían de establos en sus mansiones, consumían leche.
        Las más utilizadas, por este orden, eran  de vaca, cabra y oveja.(Fig. 10).

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Figura 10. Vanquete de Nobles Caballeros. Luis Lobera de Ávila.

ALOJA
        Las alojerías eran los más populares establecimientos de bebidas. Hay escritos de finales del XVII en los que se manda poner límite a la apertura de nuevas alojerías en el centro de Madrid. Parece ser  que uno de cada tres portales estaba ocupado por una alojería.
        La aloja era una mezcla de agua y miel y se aromatizaba con especias. En verano se le añadía hielo y era lo que se conocía como aloja de nieve.
CHOCOLATE
        Fue, sin duda alguna, la gran aportación de la época a los usos gastronómicos.
        Ya era conocido y preparado por los aztecas, que no empleaban azúcar, por lo que era de sabor amargo y no resultaba del agrado de los conquistadores.
        En España se introdujo hacia 1530. Se fueron mejorando los métodos de elaboración y generalizando su consumo.
        El secreto de su fabricación se mantuvo hasta 1728, en ese año Felipe V lo vendió a unos suizos. De entonces viene la fama de los chocolates y chocolateros suizos. Luego se extendió por toda Europa, siendo sus principales difusores las órdenes religiosas.
        En España se desencadenó una increíble polémica respecto a si el consumo de chocolate quebrantaba el ayuno eucarístico. Llegó a intervenir Roma y se escribieron varias obras a favor y en contra del tal quebranto. La más curiosa defensora y por tanto de la no alteración del ayuno se publicó en 1631 y fue el “Curioso tratado de la naturaleza y calidad del chocolate”, siendo su autor  Antonio Colmenero de Ledesma.
        Mucho que ver con el chocolate, su elaboración y su introducción en España  tuvo fray Bernardino de Sahagún. Este franciscano nació en Sahagún (León) en 1499. A los treinta años llegó a Méjico, donde permaneció hasta que murió a la edad de noventa años. (Fig: 11).
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Figura 11. Bernardino de Sahagún.
 
        Ha pasado a la posteridad por ser el autor de una obra fundamental para el conocimiento de los aztecas y de su cultura, “Historia General de las cosas de Nueva España” (1548) (Fig. 12).
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        Bernardino de Sahagún quiso escribir una historia  del pueblo azteca, para ello se hizo con los servicios  de diez ancianos, pagados por la Corona y comenzó a escribir lo que le narraban. El manuscrito está redactado en castellano y nauatl, para que así fuese también leída por los indios. Son doce tomos maravillosamente escritos y decorados y hacen referencia a ritos, religión, costumbres, fiestas , botánica, medicina, etc.
        Según iba escribiendo, enviaba el manuscrito a la Corte para que pasase la censura de su Orden  y de Roma. Después de veinte años de envíos se le secuestró la obra con la peregrina explicación, entre otras,  de que no se podía escribir una historia en una lengua no cristiana. Toda la obra se perdió hasta que a finales del siglo XVIII apareció  en la Biblioteca Laurentiana de Florencia. Llegó allí porque una hija de Felipe II la llevó como regalo por parte de su padre  al casarse con un Medici.
        Pues bien, en una de las páginas dedicadas a las plantas aparece una detallada descripción del árbol del cacao y la forma de elaborar el chocolate y es una de las primeras referencias escritas que existen sobre el tema. (Fig.13).

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Figura 13. Página de Historia General de las Cosas de Nueva España. B. De Sahagún.

LA VISION DE LOS EXTRANJEROS

        De entre los muchos libros de viajes de la época, el más significativo es del francés Bartolomé Joly “Viaje por España” (1603). Hace observaciones sobre un banquete al que asistió en Barcelona. Describe los platos (nada menos que doscientos treinta), la manera de presentarlos y las costumbres de los comensales. Y se extiende en lo que no le gustó y que era también motivo de rechazo de los extranjeros: vinos de mala calidad, sabores fuertes, poco y escaso uso que se hacía de los cubiertos, etc.


LA APORTACIÓN AMERICANA

        La introducción de los productos americanos se hizo de forma paulatina. Ya se ha comentado que en escritos de cuarenta años después del Descubrimiento no figuran apenas referencias a los nuevos alimentos americanos.
        Los conquistadores aceptaron de forma muy limitada los hábitos dietéticos y las costumbres de los indígenas.
        Desde España se llevaron a América cereales, leguminosas, vid, olivo, caña de azúcar y el plátano que fue llevado desde Canarias en 1516.
        De América llegaron maíz, patata, cacao, frijol, cacahuete, tomate, pimiento, mandioca y frutas tropicales.

        Como resumen final, se puede concluir que las diferencias entre la alimentación de los altos estamentos y el pueblo eran radicales y muy marcados.
        El refinamiento y la ostentación de que se hacían gala en los banquetes palatinos, en los que se rendía desenfrenado culto a la gula, contrastaban con la modestia y austeridad y hasta el hambre y las privaciones que sufrían las clases humildes.

BIBLIOGRAFÍA

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8.    Martinez Llopis M. Historia de la Gastronomía Española. Madrid. Alianza Editorial. 1998
9.    Martinez Montiño F. Arte de cocina, pastelería, vizcochería y conservería.. Madrid . 1822.
10.    Sahagún B. Historia de las cosas de Nueva España. Madrid. Biblioteca Laurentiana. Facsímil. 1994.
11.    Sorapan J. Medicina española en proverbios. Badajoz. Ed Diputación Provincial. Facsímil.1979.
12.    Tuñón de Lara M. La frustración de un imperio (1476-1714).Barcelona. Ed. Labor. 1989.
13.    Toussaint-Samat M. Historia natural y moral de los alimentos. Madrid. Alianza editorial. 1987.